Crónica de una reseña en tiempos de emojis y Clos Rougeard

Masa Crítica

El altar del sushi en Manhattan fue juzgado por un influencer con debilidad por los Ferraris. ¿Qué queda de la crítica cuando el paladar se terceriza y el ego se monetiza? Una elegía entre likes, liturgias y lisonjas.

Leandro Caffarema

"Lo vale", escribió el New York Times en 2011 sobre Masa, el altar silencioso del sushi en Manhattan, donde el arroz se sirve con liturgia y el menú cuesta 950 dólares. Catorce años después, la crítica llega desde Instagram, firmada por Alberto de Luna, influencer jurídico-gastronómico que intercala rodaballo con Ferraris.

Luna, dueño de un restaurante japonés en Madrid, otorga 9 Lunas a la comida y luego se corrige: 6 si se considera el precio. Es decir: si duele, no gusta tanto. Su reseña, sin fotos pero con Clos Rougeard de 850 dólares, es un desfile de gastos con moralina a posteriori.

En los comentarios aparece José Carlos Capel, que se suma con su habitual tono de desmemoria: su experiencia en Masa en 2012 no fue memorable. Tal vez no recuerda el sushi, pero sí la cuenta. Su comentario no aporta mucho más que una brisa otoñal desde un tiempo en que la crítica se ejercía con pluma y no con emojis.

Hoy ya nadie describe platos. ¿Quién necesita descripciones minuciosas cuando puede gritar "brutal" frente a una vieira? Influencers de mochila Louis Vuitton y paladar básico dictan qué se come bien y qué no, con el fervor de quien acaba de descubrir el wasabi. Su formación: cero. Su capital simbólico: likes. Su herramienta: la lisonja. Porque, al parecer, el secreto para reinar en el ecosistema gastronómico contemporáneo es decirle a todo el mundo que cocina mejor que nadie. El elogio como soborno emocional.

En Sudamérica, como eco lejano y caricaturesco, el fenómeno se replica con puntualidad tropical: una aristocracia de nuevos ricos -ávidos de escenografía y cortos de biblioteca- se abre paso entre servilletas de lino y fuegos de artificio. Los cocineros, encantados o vencidos, los reciben como se recibe a los herederos de un imperio que no fundaron: con reverencia impostada y acceso libre a la cocina. La crítica, entonces, no se ejerce: se sube a stories. Y el criterio, cuando aparece, viene envasado al vacío.

El New York Times, al menos, formuló la única pregunta sensata: Is it worth it? En tiempos de Lunas, stories y sushi de 950 dólares, tal vez la crítica más seria sea el silencio. O el tiempo: el que se necesita para leer, para saber, y para no decir cualquier cosa después del postre.

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